La revolución de los ultras


Hosni Mubarak ha soltado el poder ante el reclamo aplastante del pueblo. En 26 días la revolución egipcia logró terminar con su larga dictadura. El movimiento fue detonado por el despotismo y la miseria. Se gestó en las redes sociales de Internet y, según el filósofo isaraelí Avishai Margalit (miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) nació en los campos de futbol del Al Ahly, el equipo de los barrios más populares de Egipto.

Para vencer a la represión y a la fuerza que sostiene los sistemas totalitarios de los países árabes fue necesario tener mártires que inspiraran esa idea de libertad. Había que utilizar la tecnología y montarse sobre una masa social que tuviera estructura y capacidad de transmitir el mensaje, en medio de una situación crítica de choque contra las fuerzas militares y policíacas del estado, al mismo tiempo que había que hacer frente al bando rival, a los fieles al sistema y al propio Mubarak. Una masa acostumbrada a ser una enorme célula de miles de almas con algo en común, que es territorial y desquiciadamente fraterna. Fue ahí donde los ultras del Al Ahly hicieron su parte.


El Al Ahly es un equipo gigante. Siete de cada 10 egipcios son seguidores declarados y en el mundo se cuentan alrededor de 50 millones de aficionados. Su historia ha rebasado el siglo desde que un grupo de estudiantes lo conformaron para poder juntarse y manifestar, con cautela, su posición en contra del control imperial de los británicos. El club, desde 1910, decidió no aceptar socios que no fueran egipcios. Sus vitrinas están llenas de trofeos. Son amos absolutos de las estadísticas del futbol local. Además disputan una encarnizada rivalidad con el Zamalek Sporting Club, un simbólico equipo de El Cairo asociado, por sus factores de identidad, con Mubarak y lo que este significaba.


El barrio de Zamalek está en una isla en medio del Nilo. Es un barrio elite en un ancestral país de súbditos. En contraste, la palabra árabe Al-Ahly lo envuelve todo: familia, tradiciones y nación. En este clásico podemos sintetizar las causas de la revolución egipcia. En las pasiones desbordadas de las gradas se manifestaban las dos formas de pensar del pueblo. Este equipo también es bien conocido por ser una de las entidades más sofisticadas y mejor organizadas de Oriente Próximo, además de que esgrime una postura moral en todas sus transacciones comerciales, por lo que se le conoce también como “el club de los valores”. Por eso cuando se enfrentan estos dos equipos de El Cairo lo tenían que hacer en campo neutral y mandaban traer árbitros del extranjero para garantizar el desarrollo del juego. Todo lo rojo pertenece al Al Ahly, todo lo blanco al Zamalek. El estruendo de las masas avisó con antelación que el hartazgo estaba próximo a explotar.


James Dorsey, corresponsal independiente que se encuentra cubriendo la situación en El Cairo, asegura que "la participación de los fanáticos del fútbol en las protestas constituye la peor pesadilla de todos los gobiernos árabes. El fútbol, junto con el Islam, ofrece una plataforma poco común en el Oriente Medio, una región poblada por los regímenes autoritarios que controlan todos los espacios públicos, para la ventilación de la ira reprimida y la frustración".


Por su parte, Dave Zirin, columnista de Sports Illustraded, dice que "la entrada de los clubes de fútbol en la lucha política también significa la entrada de los pobres, los marginados y la masa de los jóvenes en Egipto, para los que el fútbol era su única salida".


La revolución egipcia, entonces, ha tenido en el futbol un catalizador social. Dentro del caos que profesan las barras bravas o los ultras hay un orden establecido que cobra fuerza cuando hay una idea que cohesiona al grupo en pos del bien común, que se anhela según las circunstancias.

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