Libro de Oro del Futbol Mexicano

Solo un libro es capaz de suspender el tiempo al instante. Sus páginas guardan historias que cobran vida apelando al sentimiento y a la entrega de sus autores. Hace muchos años, un catalán escribió la génesis del futbol mexicano y la fue contando a través de un libro de oro.

Sus cuatro tomos, sus treinta y seis capítulos y sus 926 paginas están repletas de toda la información que ese amante del juego fue capaz de recaudar. Desde 1900 hasta 1964. El futbol y sus equipos, sus figuras, sus directivos, sus regiones, sus templos, sus hazañas. Juan Cid y Mullet fue el hombre que mezcló su sangre con la tinta para escribir el "Libro de Oro del Futbol Mexicano".

Cuenta su hijo, José María, que el viejo sufrió la hechura del libro. Apostó todo sin esperar nada. Por eso su legado obliga a contar su historia. Don Juan Cid y Mullet nació un 2 de abril de 1907, en Jesús, un pueblito de Tortosa, en Cataluña, a las orillas del río Ebro. Con la España ultrajada por Franco, se refugió en México desde octubre de1942. Llegó sin nada y con una familia que lo impulsó a todo. Cuando pudo conseguir empleo, trabajó en Max Factor, vendiendo cosméticos. Pasó una década haciendo lo que fuera y, aun así, la estabilidad económica parecía no llegar hasta que lo contrataron en la Tabacalera Mexicana. Pero Don Juan no se encontraba a sí mismo. Su vocación era demasiado fuerte. El tortosino era un apasionado de las letras y una pluma bastaba para transformar al empleado de la tabacalera. Escribió poesías y novelas, guiones de cine y reseñas históricas como la del autor de la música del himno nacional mexicano, Jaime Nunó, quien era catalán.

Cid y Mulet se aficionó por las letras leyendo un tomo antiguo de la historia del futbol catalán, titulado “El Libro de Oro”. Desde entonces quiso escribir uno igual, pero en su tierra ya existía el que él había leído. Por eso, ya estando en México,  cuando empezó a visitar los llanos en donde se jugaba la Liga Española de Futbol, su anhelo se convirtió en su prioridad.

Combinar la tinta con el futbol despertó en Cid y Mulet el reto de su existencia. Dejó su empleo y se lanzó en busca de los orígenes del futbol mexicano, gracias al patrocinio de La Cervecería Cuauhtémoc. Viajó a donde podía llegar y escribió centenares de cartas a los lugares lejanos, esperando la respuesta epistolar acompañada de alguna fotografía. Cada una de las páginas que escribió en el "Libro de Oro del Futbol Mexicano” fueron producto de una investigación de años. Y cada cuartilla fue escrita a mano, con una pluma Parker.

Así nació el libro de oro del futbol mexicano. Fueron cuatro tomos y varias presentaciones. En un volumen grueso o en libros individuales, con terminados de lujo o en una edición popular. No hubo fortunas para el escritor. Solo su propio orgullo de haber emprendido una aventura.

Después, siguió escribiendo sobre futbol. Contó los orígenes de la segunda división, hizo una recopilación de los campeones, redactó la historia del Deportivo Toluca y fue nombrado cronista oficial de la Federación Mexicana de Futbol. Quiso escribir el tomo cinco de su libro dorado. Le faltaba documentar la década de los setenta pero el 10 de enero de 1982, el cáncer de próstata le quitó el tiempo. Fue incinerado y luego de algunos años sus restos fueron enviados a España, en una caja de galletas Macma. Parte de sus cenizas descansan en el panteón de Jesús, su pueblo, y otra parte se las llevó el río Ebro hasta llegar al Mediterráneo.

Me encantaría continuar la obra de Don Juan, ¿alguién se apunta?

Toluca, a un lustro del siglo

(Guión para el programa oficial del 95 aniversario del Deportivo Toluca)
No movamos el tiempo, dejémoslo así porque ya han pasado noventa y cinco años. Mejor sintamos que en cada lugar, en donde hemos estado, algo importante ha sucedido. Aquí vivieron los Henkel y ahí, seguramente, en lo que fuera la casa de su hacienda, nació el futbol en el Valle de Toluca, porque aun quedan los vestigios de La Huerta, en Zinacantepec, y aquí se da el comienzo de nuestra historia.

Los peones de La Huerta echaron a rodar el balón y jugaron, primero, contra los ferrocarrileros. Pero también los electricistas formaron su equipo y después se creo el Xinantécatl, al pie de ese nevado que nos distingue. Queda constancia escrita en esta acta, que ha sobrevivido a todo este tiempo. Casi de forma simultánea, en la Alameda se juntaban a jugar los muchachos. Podríamos decir que este fue el primer escenario destinado al futbol de la ciudad. Los hermanos Ferrat, que tenían una tienda de ropa en el Portal Madero, estaban ya pensando en armar una escuadra para retar a los de la Huerta y el Xinantécatl. Fue en el número 37 de la avenida Juárez, un 12 de febrero de 1917, cuando fundaron al equipo que adoptó el nombre no del barrio, ni de la tienda, ni de la escuela, sino el de la ciudad en donde todos vivían.

Aquí, en este Instituto Científico y Literario, estudiaban algunos de aquellos jóvenes que se convertirían en los primeros once del Deportivo Toluca. Y un afamado sastre, de apellido Lajous, que también formaba parte de la escuadra, confeccionó los primeros uniformes en blanco y azul obscuro. El escudo, siempre fue rojo, ese color que acabaría por imponerse al correr los años.
Un escultor de figuras religiosas quiso darle batalla al Deportivo Toluca. Fernando Barreto pasó de ser un rival obstinado a convertirse en uno de los pilares institucionales del equipo. Apenas transcurría el año 1925 y el país se estaba serenando de su revolución, mientras el Deportivo Toluca seguía vistiendo de blanco y le habían agregado una franja azul, a la camiseta, en la altura del pecho, con el escudo al centro.

Por eso siempre nos acordaremos de Henkel, de Ferrat, de Barreto. Ellos simbolizan el nacimiento y la consolidación del Deportivo Toluca.

Estas copas son de la década de los treinta. Todas se ganaron en la liga regional. Todas simbolizan que el equipo estaba listo para enfrentarse con quien fuera. Para entonces ya se había medido con el Real Club España, con el Necaxa, con el Guadalajara y con el América y por primera vez en contra de una oncena internacional, el Club La Libertad de Costa Rica.

Sería un hombre al que le apodaban el Caballo y que se llamaba Alberto Mendoza, el que se inmortalizó cuando el 19 de junio de 1939, el Deportivo Toluca le hiciera ver su suerte al Euskadi, aquella selección vasca que jugó por el mundo con jugadores extraordinarios como Blasco, Regeiro y Lángara.

Para entonces, el equipo sobrevivía a problemas económicos con ímpetu y fue en esta época cuando el rojo pintó las camisetas. Decía Fernando Barreto que era el color que salía más barato y la gente empezó a llamarnos los Rábanos.

De los llanos de La Huerta y de la alameda, o Parque Cuauhtémoc, que sirvieron para que rodara el balón, nos trasladamos al Paseo Colón, una antigua avenida de la ciudad. Por estos rumbos los Ferrat trazaron una cancha en uno de sus terrenos y lo rodearon con algunas gradas de madera.  Después se jugó en el Campo Tívoli, hoy estas casas ocupan el predio donde estaba trazado el rectángulo de cal de la Presa de Gachupines. Cerca de ahí,  con el Cerro de la Teresona como referente, en donde el Deportivo Toluca encontraría su querencia. Lo que fue el campo Patria se convirtió, el 8 de agosto de 1954, en La Bombonera, en el estadio Nemesio Diez. Y esta cancha ha sido nuestra sede desde antes de que llegáramos a la primera división.

1953, 18 de enero. Esta matraca debe haber sonado los 90 minutos que duró el partido en Irapuato. Aquel domingo llegamos a Primera División. Ellos fueron los héroes y esta la Copa que levantaron como campeones de la segunda. Desde entonces hemos jugado en la máxima categoría y somos el tercer equipo que más partidos ha disputado en este circuito.

Toluca siempre ha sido una ciudad empresarial. Gracias a las industrias ha progresado en todos los sentidos. Por eso cuando el equipo llegó a la primera división, fueron los hombres de negocios los encargados de reestructurar al Deportivo. Don Luis Gutiérrez Dosal y desde 1959, la familia Diez, primero con Don Nemesio y ahora con Don Valentín, quienes tomaron el compromiso de solventar los gastos de un equipo profesional. El Libro de los Récords Guinness ha reconocido que en la historia del futbol, ninguna familia ha sido propietaria de un club durante tantos tiempo y los años se siguen sumando.

Fuimos los Rábanos hasta que alguien se vistió de Diablo durante el primer partido en primera división. Y los rojos chorizos típicos de la ciudad nos asignaron otro apodo que nos da identidad. Pero ha sido el Diablo el que manda los corazones rojos y el Diablito el que salta a la cancha para alegrar a nuestra afición.

Cada Copa tiene su propia historia, sus propios héroes. La primera y la segunda se conquistaron de forma consecutiva bajo la dirección técnica de Don Nacho Trelles, entre 1966 y 1968. Se ganaron con puntos porque en aquel entonces se jugaba sin liguillas.
La tercera llegó en la temporada 1974-1975 y podemos recordar, a colores, el gol con el que se alcanzó la victoria, en una ronda final que se disputó por puntos.
Entre la tercera y la cuarta pasaron 23 años. Por eso Enrique Meza y sus muchachos no serán olvidados nunca más.
El Verano de 1999 llegó la quinta.
Arrancamos el milenio ganando la sexta, también en el Verano.
Y en el Apertura 2002 fuimos de nuevo campeones y le pusimos siete estrellas al escudo.
En 2005 volvimos de Monterrey cargando la octava copa.
Y en 2008, tras la ejecución de quince tiros penales, Hernán Cristante, el primer pentacampeón de nuestra historia, detuvo el tiro de Vela para que llegara la novena estrella.
En 2010 celebramos doscientos años de ser un país libre ganando nuestro décimo campeonato, colocándonos a uno del equipo que más títulos de liga ha conquistado en el futbol mexicano.

Pero todo comenzó hace noventa y cinco años en esos lugares que forman parte de nuestras vidas. Por eso es importante comprender que la historia del Deportivo Toluca cuenta y sintetiza gran parte de lo que han pasado en este valle, en donde generaciones y generaciones de aficionados han sido testigos de nuestra grandeza.